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A group of four children in front of a house in the late 1950's

Krystle Brown

Telephone

My Mom had a hard time remembering the names of all the streets she grew up in; everything she could remember about her childhood was fragmented, like shattered glass on the pavement.  

As a child, I asked her where she grew up the same number of times she moved. She would always say, “I don’t know, I don’t remember anymore.” She and her parents moved every time they ran out of money and would go to the next apartment in Dorchester, Mattapan, or Roslindale, I think. It’s hard for me to remember the details too.

Here is what I do remember about Kathleen’s childhood:

She lived at Olney Street in Four Corners, Dorchester, for a time. I always thought it was “Only” street until I looked it up.

At four years old, she saw the last man of the Brinks Robbery get arrested across the street from her apartment. She would say this fact with residual excitement as if it happened a few months ago.

My Mom and her parents would go to Tenean Beach, where she almost drowned three times. From her near-death experiences, all of my mother’s abled-bodied children learned how to swim at a young age.

Her hands bore railroad track scars that stitched skin together. When she was six, she fell over a fence while playing with her friend, June, and lacerated her hands. She sustained smaller injuries while helping my grandfather pick metal scraps for money. Those scars were cataloged on her hands too.

Twice, a man in a Buick followed her around the neighborhood. She had to run through backyards to escape him. Because of her, I have a heightened sense of my surroundings. 

Each time my mother moved to a new apartment, she left something behind. A doll, maybe a photograph, sometimes a memory. I guess, in some ways, it was part of a family tradition. Her mother left behind a whole country, an ocean away.

My mother died unexpectedly seven weeks after my father’s sudden death in 2017. Now, all of her memories live in me, though they have become harder to access since her passing. Re-telling them feels like a game of Telephone, blurring what is remembered and what has been created by my brain to fill in missing pieces. 

You, too, live on in the memories of where you reside. Maybe my mother left behind pieces of herself everywhere she called home. So that, in every place that you or I live, we are imbuing each space with small fragments of ourselves. 

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My mother is the child pictured on the far left in the photograph, shared by her childhood friend, June.

A mi mamá le costaba recordar los nombres de todas las calles donde vivía. Todo lo que podía recordar de su niñez era fragmentado, como si fueran trozos de vidrio rotos sobre la acera. 

Cuando yo era una niña, le pregunté a mi mamá dónde se crió y la cantidad de veces que se había mudado. Siempre respondía, “No lo sé. Ya no me acuerdo”. Cada vez que ella y sus padres se quedaban sin dinero, se iban al próximo apartamento en Dorchester, Mattapan y Roslindale. A mí también me cuesta recordar los detalles.

Esto es lo que sí recuerdo de la infancia de Kathleen:

Ella vivió durante mucho tiempo en Olney Street en Four Corners, Dorchester. Yo pensaba que la calle se llamaba “Only” hasta que busqué el nombre. A los cuatros años vio cuando arrestaron al último participante del atraco de Brinks frente a su apartamento. Ella me contaba esto con ilusión, como si hubiese sido algo que ocurrió hace nada más algunos meses. Mi mamá y sus padres iban a Tenean Beach donde en tres ocasiones por poco se ahoga. Debido a esas experiencias, todos los hijos de mi madre con capacidad de hacerlo aprendieron cómo nadar desde muy pequeños. 

En sus manos tenía cicatrices en forma de vías férreas. Cuando tenía seis años, se cayó sobre una cerca mientras jugaba con su amiga, June, y se cortó las manos. Una vez mientras ayudaba a mi abuelo a recoger trozos de metal por dinero, sufrió lesiones más pequeñas. Pero esas cicatrices también las tenía en las manos. Dos veces un hombre en un Buick la siguió por el barrio. Ella tuvo que atravesar varios patios de atrás de las casas de gente ajena para poder escapar. Por esta razón, siempre estoy al tanto de mis alrededores. 

Cada vez que mi madre se mudaba a un apartamento nuevo, dejaba algo atrás: una muñeca, una fotografía, y otras veces, un recuerdo. Me imagino que de alguna manera se convirtió en una tradición de la familia. Su madre había dejado atrás un país completo al otro lado del Atlántico.

Mi madre murió inesperadamente siete semanas después del fallecimiento repentino de mi padre en el 2017. Ahora todos sus recuerdos viven en mí, aunque se han vuelto más difíciles de acceder desde su partida. Volverlos a contar es como jugar al teléfono roto. Se entremezclan los recuerdos y lo que inventa mi cerebro para llenar las lagunas.

Tú también vives en los recuerdos de donde vives. A lo mejor mi madre dejaba atrás trozos de sí misma en cualquier casa que consideraba su hogar. Así que, en cualquier lugar donde vivamos tú y yo, dejamos un trocito de nosotros mismos.